Gracias a Virgilio Martínez y Esteban López por el presente artículo.
Esperemos que algunos tomen nota y que seamos capaces de aprovechar los elementos que nos unen culturalmente y no hacer más grande las brechas que nos pueden separar.
y no nos atrevamos a transformar un evento cultural de hermandad y transformarlo en proponer este tipo de conmemoraciones.
Diario Sur
Esperemos que algunos tomen nota y que seamos capaces de aprovechar los elementos que nos unen culturalmente y no hacer más grande las brechas que nos pueden separar.
y no nos atrevamos a transformar un evento cultural de hermandad y transformarlo en proponer este tipo de conmemoraciones.
Diario Sur
Málaga, Agosto de 1487. El asedio castellano sobre Málaga llega a su fin y la ciudad está a punto de claudicar. Que se desplegaran ingenios bélicos y tácticas modernísimas demuestra la relevancia que para los monarcas de Castilla tenía esa conquista. Un asedio tan pavorosamente moderno, tan contemporáneo que recuerda por su dureza episodios bien conocidos de la Segunda Guerra Mundial o de guerras lastimosamente vivas en estos días. Todo se aplica con meticulosidad: bloqueo terrestre y marítimo que ocasiona entre la población malagueña una espeluznante hambruna; bombardeo artillero sobre la medina y sus arrabales hasta el punto de no dejar edificio en pie, como transmite Alonso de Palencia; guerra química y psicológica que incluye el lanzamiento de cadáveres de animales putrefactos mediante catapultas... una guerra de exterminio que viene a representar el fin del sultanato granadino porque quiere ser un aviso ineludible para los nazaríes, si en Málaga la conquista es tan severa, en el caso de resistirse Granada sufriría unas consecuencias aún más gravosas.
El aviso es captado, el 18 de agosto de ese año, por fin, se produce a rendición de la plaza, y al día siguiente la entrada triunfal de los Reyes Católicos en la ciudad, precedida de una pomposa ceremonia en la Puerta de Granada. Tal acontecimiento hubo de ser visto por los malagueños como una liberación después del encarnizado asedio que duró meses, descrito por los cronistas castellanos con inusitado detallismo. Pero el fin de aquella pesadilla no se produciría con la conquista militar de Málaga,
convertida ya en Málaga. La saña de aquellas gentes de apellidos tan
cercanos a los nuestros perduró con los castigos ejemplares a la élite
gobernante malagueña, con el expolio de las propiedades de la población
local y, finalmente, con la esclavitud, deportación y puesta en venta de
esos malagueños derrotados en su más íntimo ser.
Nuevamente Palencia lo relata con la minuciosidad de un periodista de guerra del siglo XX, a los renegados se les acañaveteará, a los desertores, conversos y judaizantes, se les quemará vivos y a los guerreros gomeres, a las gentes de las alquerías de
Osunilla y Mijas, rendidas tras dura resistencia semanas después, y a
cuantos hubiesen defendido la ciudad se les impondrá un "duro
cautiverio". Moros de Málaga convertidos en cabezas, como si de ganado
se tratara, van a ser deportados, comprados y vendidos en diversos
lugares de Andalucía. Esa comparecencia en la documentación castellana
de los desbaratados malaquíes, a través de unas relaciones
confeccionadas por aquellos tratantes de esclavos castellanos, es
simplemente estremecedora en su parquedad. Su reparto es un relato frío,
notarial del horror humano. Traídas y llevadas, van pasando familias
aterrorizadas a las que se reseña sumariamente con los únicos datos que
merecen ser consignados, esto es, edad, sexo y, no siempre, procedencia.
Por ejemplo, a Julián Bocanegra de Cazalla de la Sierra le correspondió la familia de Çayde Bentetin de 80 años y Mahomad de 35 su hijo y Haxa su mujer de este de 35 años y Barahen de 9 años y Mahomad de 7 años y Fátima de 9 meses, sus hijas, que son seis cabezas. Mujres que portan consigo a sus vástagos, como Marfata de Benagolbón, vendida con su niño de teta u otra Marfarta, mujer de Hammar, que va con su niña de brazos. Viejos que se convierten en los años finales de su vida en productos en venta con su descendencia, su valor añadido; el viejo Muça Abenfenegal de Zalea con sus dos hijas que son tres cabezas. Ese
registro amplio, presiso, de pasmosa indiferencia hacia aquellas pobres
gentes han merecido una atención escasa y discontinua por parte de la
investigación histórica española y andaluza. Pero ese es otro asunto.
Málaga, Febrero de 1937. Tras la ofensiva de las tropas franquistas,
decenas de miles de malagueños y de otras gentes venidas desde lugares
del occidente de Andalucía huyen en espantada por el único camino a su
disposición, el de Almería, enclave aún en manos del gobierno
republicano. Con el concurso fundamental de los italianos, la ciudad cae
en manos del ejército sublevado el día 8 de febrero de 1937.
La huida representa uno de los capítulos más vergonzosos de nuestra
historia; una población civil, inerme y aterrorizada que es masacrada
por tierra, mar y aire por un ejército apoyado por potencias extranjeras. Tal vez fue Norman Bethune quien resumió mejor tal ignominia. Lo que quiero contaros es lo que yo mismo vi
en esta marcha forzada, las más grande, las más horrible evacuación de una ciudad que hayan visto nuestros tiempos.
Cualquier persona, historiadora o no, podrá, sin impostura alguna,
encontrar concomitancias entre las dos "liberaciones" de Málaga, la de
1487 y la que vino 450 años después. Dos acontecimientos marcados por la
brutalidad de unos vencedores que actuaron sin la más mínima grandeza. Y
unos y otros se veían movidos por una doctrina cristiana que tenía en
la compasión dos de sus principios fundamentales. No obstante, hay,
desde el presente postfranquista, una distinta consideración sobre cada
uno de esos acontecimientos. Si la toma de 1937 ha entrado ya en la
galería de nuestros particulares horrores históricos y nadie en su sano
juicio puede reivindicarla y defenderla, el fin de al-Andalus en Málaga,
por el contrario, no ha sido sometido a reflexión por parte de la
ciudadanía en su mayor parte ignorante, entre tanto bullicio, de lo que
supuso ese remoto 18 de agosto, cuyo recuerdo es conmemoración de la
Feria de Málaga.
Tal vez sea demasiado tarde para proceder a hacer cambios de mayor profundidad en las efemérides malacitanas, pero nunca lo será para reflexionar
sobre lo que aquello significó. Es una labor que no compete
exclusivamente a sesudos historiadores, sino que una ciudadanía
responsable ha de saber también lo que sucedió, cuándo, cómo y por qué. Y
el resultado de esa reflexión final de cualquier persona sensible y
responsable no distará excesivamente de la sentencia con la que
iniciamos este escrito. Por tanto, nada que celebrar.